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Darse permiso para ser feliz


Aunque a veces la vida duela, lo mejor es vivirla con intensidad. Pasar de puntillas solo nos conduce a una existencia gris; nos ahorramos los grandes altibajos, sí, pero también nos perdemos las grandes alegrías. Tampoco la actividad frenética para evadir el encuentro con uno mismo es una solución. Solo entregarnos con amor y confianza a la pasión de vivir nos hace más felices y sabios.

Aparentemente es una obviedad darnos permiso para vivir. Por el simple hecho de respirar, se sobreentiende que vivimos, pero tal vez las cosas se vean diferentes si distinguimos entre vivir o existir. Para muchas personas, la vida consiste simplemente en ir tirando, en sobrevivir, en salir lo más airosas posibles de los avatares del día a día. Existen, pero no viven.

A estas alturas ya no es extraño oír hablar sobre la realidad virtual. Cada vez más personas viven instaladas en mundos cibernéticos jugando a construir segundas vidas y recreando indentidades protegidas en el anonimato y la falta de compromiso relacional. Viven experiencias virtuales a costa de evitar las vitales. No tienen vidas sentidas sino creadas.


Conquistar, mejor que evitar:


Hay quienes deciden que es mejor evitar que conquistar. Tienen tanto miedo que solo viven para controlar. Prefieren lo menos malo a lo mejor. Vivir es para ellos un peligro incesante y, por eso, tienen que encerrarse en burbujas de seguridad, en rutinas compulsivas, en personas de que quieren depender. Sus vidas no son sentidas sino evitadas.

También existen aquellas personas que se escudanen la mente. Pueden hablar de todo aunque experimentan poco. Se pierden en los porqués sin darse cuenta de lo que está ocurriendo más allá de sus narices. Se centran en la razón y se bloquean ante la emoción. Analizan tanto que la verdad siempre los encuentra distraídos. No disponen de vidas sentidas sino pensadas.

Después, estan las personas que nuinca disponen de tiempo porque tienen demasiado por hacer. Lo tienen todo bajo control, excepto lo que es realmente importante. Les faltan horas porque temen el silencio de un minuto desocupado. De hecho, lo llenan todo porque siempre andan vacíos. No tienen vidas sentidas sino programadas.


El miedo y el amor:


El ser humano transita, a lo largo de su existencia, entre dos grandes aguas; el amor y el miedo. Incluso se me ocurre pensar que son como las dos caras de la misma moneda de la vida. Seguramentee, una de las decisiones más importantes que afrontamos ante el reto de vivir es si queremos hacerlo desde el miedo o desde el amor. Y, en estes punto, ni se puede plantear un acomodado equilibrio. Nos instalamos en una dimensión o en la otra, en la confianza o en la desconfianza, a sabiendas de que el contraste va a ser permanente.

Dice el escritor Arnaud Dasjardins: Nos sean la víctima, sino el discípulo de las situaciones. Toda una invitación a no pasar por esta vida como meros espectadores o como sufridores de las circunstancias que nos rodean sino a comprometernos a fondo con la experiencia. Esa es la vida sentida, en la que darmos valor a los acontecimientos y acometemos lo que nos ocurre con valor. La vida sentida, es, así pues, el permiso que nos concedemos para entregarnos incondicionalmente a vivir.

Uno no vive separado de la vida, por mucho que la analice o la observe a distancia. El brahmán indidio Jiddu Krisnamurti solía decir que el observador es lo observado. Formamos parte de un todo y estamos interrelacionados, incluso con aquello que aparenta no tener nada que ver con nosotros, Por ello, a menudo llegan a nuestra vida casos, cosas y personas que nos platean elecciones. Y con cada elección nos expresamos.


Xavier Guix

Psicólogo y escritor.