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La posverdad está en tu cerebro

En octubre de 1924, la Casa Blanca vivió un acontecimiento revolucionario: el presidente Calvin Coolidge invitó a desayunar a lo más vistoso del star-system del cine de la época. Esa convocatoria pionera, que fascinó a los periodistas, se hizo para combatir la imagen de “taciturno” que los votantes tenían de Coolidge, que se enfrentaba a la reelección en unas semanas. La idea fue de Edward Bernays, pionero de las relaciones públicas y sobrino de Sigmund Freud. Bernays había comprendido gracias al trabajo de su tío la decisiva influencia de determinados procesos psicológicos: hay emociones que calan en las masas mucho mejor que la información. Había probado que funcionaba para la publicidad consumista y también, por qué no, podía funcionar en los procesos electorales. Coolidge ganó. Y hoy sabemos que hay innumerables prejuicios instintivos, los llamados sesgos cognitivos, que nos influyen inconscientemente cuando procesamos información política.

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