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El científico rojo al que perdonó Franco

Corría el año 1922 y los alumnos de Santiago Ramón y Cajal se reían de él en su cara. El egregio ganador del premio Nobel, de fama mundial tras descubrir las neuronas del cerebro, intentaba controlar a sus desbocados discípulos de primer curso de Medicina en Madrid. Uno de ellos era Rafael Méndez. “Estábamos inscritos seiscientos muchachos de 16 o 17 años. Era una masa informe, despreocupada, un tanto bárbara e inconsciente”, escribiría más de seis décadas después el alumno. “Todavía recuerdo los formidables dibujos de Cajal en la pizarra. Pero tampoco nos importaban los dibujos de Cajal. Lo que realmente nos divertía era que, con bastante frecuencia, al terminar el dibujo en turno se metía el trapo de borrar en el bolsillo, con la carcajada general de aquel cónclave de jovencitos irreflexivos”, rememoró Méndez en sus memorias, Caminos inversos (Vivencias de ciencia y guerra), publicadas en 1987 y hoy descatalogadas.

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