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Descubre la fuerza interior II


Hallar un sentido

¿Cómo se moviliza esa fortaleza interior? Según los estudios sobre resiliencia, para que alguien pueda creer en sí mismo es indispensable que antes otras personas hayan creído en él. Se ha comprobado que individuos con historias terribles, con carencias enormes, eran más capaces de sobrellevar su situación si en algún momento de su vida habían contado con una persona, aunque tan sólo fuera una, que les hubiera ofrecido reconocimiento y afecto de manera incondicional.

Construimos nuestra identidad y, por lo tanto, también nuestra fortaleza, en interacción con las personas de nuestro entorno. Ningún bebé puede sobrevivir sin cariño y que de mayores nos sintamos capaces depende, sobre todo, de que los demás nos hayan devuelto una imagen competente de nosotros mismos. Pero superar una situación muy adversa requiere un proceso en el que intervienen ante todo el esfuerzo o la tenacidad de la persona.

En momentos especialmente difíciles, en que la fuerza flaquea, el único poder que parece tener la persona es aceptar la situación, por terrible que sea. Sólo a partir de este rendimiento pueden cesar la lucha y la rabia contra la situación, que quizás en otro momento le ayudaron a sentirse fuerte, pero ahora sólo la estancan en la impotencia y el sufrimiento.

Aceptar, sin embargo, no significa consentir, abandonarse o negar la herida o el reto. El problema existe, y uno no puede retroceder, aunque quiera, al lugar donde se hallaba antes. Se trata de saber qué hacer con eso, y cómo convertirlo en una oportunidad para ser mejores.

Una de las llaves para lograrlo es empezar a hallar un sentido a lo que se está viviendo, o lo que se vivió en un pasado. En cuanto alguien empieza a relatarse su propia historia toma distancia de la situación y surge un hilo, una razón, que le puede ayudar a sobrellevar mejor el momento presente.

Según Nietzsche, «quien encuentra un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”. Rescatar este sentido sobre la propia vida implica mirar hacia el futuro, tener esperanza en el porvenir y en que se pueda extraer de esta vivencia una utilidad.

Adueñarse del destino

Viktor E. Frankl, un psiquiatra vienés, profundizó durante años en su experiencia en un campo de concentración nazi para ayudar a otras personas a encontrar un sentido que aportara un horizonte a sus vidas. Tras meses de trabajos forzados, humillaciones y contacto directo con la muerte, tomó conciencia de lo que denominó «la libertad última del ser humano». Se percató de que lo único que sus carceleros no podían arrebatarle era la voluntad de elegir su actitud ante tales circunstancias.

Frankl observó que, en situaciones límite, los individuos podían pasar a ser juguetes de la situación, dejando aflorar su faceta más ruin, independientemente de que fueran presos o carceleros. O, en cambio, mantener su integridad a pesar del sufrimiento, lo cual les permitía crecer a nivel humano y espiritual.

En definitiva, lo que descubrió Frankl fue que de cada uno depende lo que llega a realizar con las circunstancias que le toca vivir. Esta convicción puede resultar incómoda, o incluso suponer un sufrimiento añadido, dado que ya no es posible culpar a la situación, complacerse en el lamento de la propia desdicha o abandonarse a una actitud resignada. Pero, precisamente, este sentido profundo de responsabilidad, aunque comporte un peso añadido sobre los hombros, es lo que puede hacer que una persona se sienta dueña de su propio destino y no un mero objeto a merced de las circunstancias.

Camino de héroes

Aunque no se vivan circunstancias tan extremas, igualmente la actitud que se adopta ante lo que sucede puede marcar el rumbo de la situación. Muchas veces no podemos cambiar lo que nos toca vivir, pues con frecuencia la vida nos depara sorpresas poco agradables o plantea desafíos que asusta encarar. La fortaleza empieza a surgir cuando asentimos a lo que está sucediendo, incluso reconociendo el miedo, y aceptamos esa prueba. ¿Acaso existe otra alternativa?

Los héroes no nacen, sino que se hacen. Para llegar a serlo necesitan haber tenido el valor de adentrarse en territorios desconocidos, haberse topado con obstáculos importantes y superar las pruebas encontradas a su paso. De la misma forma, la fuerza interior no se descubre al inicio del camino, sino que se desarrolla y fortalece a medida que vamos avanzando por él y asumiendo los retos que surgen.

La voluntad de aceptar lo desconocido, o lo que no depende enteramente de nosotros, es lo que nos da valor. Podemos tropezar, caer, perdernos... y, sin embargo, volver a levantarnos conservando la fe en nuestra capacidad para continuar. De esta forma, cuando miremos hacia atrás y divisemos el camino recorrido, quizá podamos apreciar el valor de nuestros actos y estar orgullosos de no habernos desalentado.

Poco antes de morir, Indira Gandhi dijo: «Es un gran privilegio haber vivido una vida difícil». Si hay algo que agradecer a las adversidades, a los contratiempos o los retos, es que, aunque no nos guste toparnos con ellos, son una gran ayuda para descubrir y desarrollar la fuerza que cada persona alberga en su interior.

En los momentos en que necesitemos encontrar esa fuerza podemos recordar que si tenemos miedo, hallaremos firmeza en nuestra voluntad. Si dudamos, la decisión nos dará poder. Y si tememos fracasar, podemos dejarnos guiar por la fe en nosotros mismos.

Cristina Llagostera, Cuerpomente 162.